Sólo anuncios y promesas
Fuente: Proceso
Por Jesús Cantú
Prácticamente al concluir el primer tercio de su gobierno, el presidente Enrique Peña Nieto dirigió un mensaje cargado de anuncios y promesas y con muy pocos resultados. Salvo la primera parte, en la que hace el recuento de las 11 reformas legislativas, en el resto de su intervención –la que se refiere propiamente a la acción del Poder Ejecutivo– los logros y los resultados tangibles son magros.Tan magros que tuvo que aferrarse a cualquier dato positivo para tratar de destacarlo, al grado que hasta el bajo crecimiento económico del primer semestre del año, que es una de las causas de los ajustes a la baja del pronóstico anual, mereció una referencia: “En materia de crecimiento económico, en los primeros seis meses de 2014 la evolución del producto interno bruto aumentó su dinamismo respecto al año anterior. De hecho, en el segundo trimestre de 2014, México fue el país que más creció entre las economías que integran la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, la OCDE”.
Como lo hizo en todo el documento, en este punto también omitió información y contextualización: prescindió de la cifra precisa –que desde luego no era para presumir– e ignoró que la economía estadunidense creció exactamente a la misma tasa de 1% en dicho periodo; y menos iba a referir que 2013 fue un año de muy pobre crecimiento (1.1% del PIB, el menor en cuatro años) y que el número del primer trimestre era de apenas 0.4%.
La situación es muy similar en las cinco grandes metas nacionales, que ofreció alcanzar desde el inicio de su sexenio: el México en paz, donde repitió las tan cacareadas cifras sobre el combate a la inseguridad, el sistema de justicia y la violencia; el México incluyente, donde ante la falta de números presumibles prefirió anunciar la transformación de Oportunidades en Prospera y prometer la inclusión de más programas, que es lo único que se ha realizado en materia de política social, pues en realidad no hay nuevas acciones ni políticas, simplemente ofrecer una mejor coordinación; el México con educación de calidad, donde se refirió fundamentalmente a los concursos de oposición para ocupar las plazas de maestros y a los recursos destinados a mejorar materialmente las escuelas; el México con responsabilidad global, en referencia a la política exterior; y el ya mencionado México próspero, en el que fundamentalmente se limitó a reiterar los impactos esperados de las reformas estructurales.
Puntualizó que “para elevar la productividad y el crecimiento de la economía se realizaron seis de ellas: la laboral, aprobada durante el periodo de transición; la financiera; la hacendaria; la reforma de competencia económica; la de telecomunicaciones, y la energética”. De las seis, dos ya muestran sus primeros resultados, y éstos no son tan positivos como se esperaba, lo que, por supuesto, no fue incluido en su intervención.
Justo por ser la primera de las llamadas reformas estructurales aprobadas, la laboral ya mostró sus primeros resultados, y al cumplir un año en vigor, durante noviembre de 2013, el balance que se hacía mostraba sus verdaderas posibilidades: mientras que en su aprobación el entonces presidente de la Coparmex, Alberto Espinosa, manifestaba que si en el periodo enero-octubre de 2012 se habían creado 860 mil empleos, para 2013 “podemos llegar por lo menos al millón…”, en los hechos la creación de nuevas plazas disminuyó a 590 mil, es decir, hubo 270 mil menos que en el año previo.
Estos resultados llevaron a que el nuevo presidente del organismo, Juan Pablo Castañón, demandara ajustar la reforma: “Debemos reconocer que los costos asociados a la generación de un empleo formal no fueron atendidos en la reforma y siguen siendo altos… es necesario darles los ajustes convenientes que permitan mayor facilidad para dar empleo”.
Mientras tanto, en el caso de la reforma hacendaria, se limitó a reportar las cifras que muestran el incremento en los ingresos fiscales, pero omitió los impactos negativos sobre la actividad económica y, por supuesto, el hacer referencia a proyecciones o estudios que hagan posible identificar si este aumento permitirá generar los ingresos necesarios para hacer frente a la disminución de los ingresos petroleros y los compromisos adquiridos por el Plan Nacional de Infraestructura y el recién anunciado programa social Prospera.
En medio del júbilo y el optimismo generalizado por la concreción de las llamadas “reformas estructurales”, ni cuenta se dio el presidente de que, prácticamente al mismo tiempo, se difundían las cifras del Índice de Competitividad Global 2014-2015, del Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés), que mostraban que México había descendido al lugar 66 entre 144 economías contra el 55 de 148 del año previo. Una de las razones, la carga fiscal, que los hombres de negocios –nacionales e internacionales– entrevistados consideran como el segundo problema para hacer negocios en el país. Por cierto, en dicho índice el primer problema fue la corrupción, mencionado por el 18% de los encuestados, palabra que únicamente fue pronunciada cuando el presidente se refirió a la fiscalía especializada para combatirla. Por lo demás, el tema fue totalmente ignorado en su mensaje.
Una de las primeras oraciones de su intervención fue: “A 21 meses del comienzo de esta administración, hoy rindo cuentas a la sociedad mexicana”. Sin embargo, su mensaje ni siquiera fue un buen ejercicio de información (pues hubo omisiones, generalizaciones, verdades a medias y hasta manipulación de la información), mucho menos uno de rendición de cuentas, ya que “la sociedad mexicana” no tuvo oportunidad de exigir precisiones, datos duros, justificación de las decisiones y, menos aún, evaluar y, en consecuencia, premiar o castigar al presidente.
El mensaje bien pudo pasar por uno de toma de posesión, o por el anuncio de un plan de gobierno, ya que dedicó la mayor parte del mismo a anunciar programas, proyectos y obras; y, desde luego, a reiterar sus promesas de campaña, ahora con la ventaja de que el Congreso de la Unión ya hizo su trabajo y aprobó las reformas.