Protesta social contra la desigualdad
Javier Corral Jurado
A punto de culminar el 2014, vale la pena reflexionar sobre algunas de las lecciones más importantes que nos deja el año transcurrido y los retos que seguimos enfrentando como sociedad. Aunque México es el centro de mis preocupaciones, es insoslayable admitir que éstas recorren el mundo, porque la globalización nos ha hecho más interdependientes y, de varios modos, nuestro país también es reflejo de ese entorno internacional en donde los problemas sociales y económicos se incrementan, dando paso a serios riesgos para La Paz y el desarrollo democrático de la humanidad. La desigualdad social es el más grave de todos ellos.
Ya la organización Oxfam – con presencia en más de 70 países – se encargaba de advertirlo en su informe de principios de este año, con miras a la reunión del Foro Económico de Davos: La desigualdad económica crece rápidamente en la mayoría de los países. La riqueza mundial está dividida en dos: casi la mitad está en manos del 1% más rico de la población, y la otra mitad se reparte entre el 99% restante. Ese es el mundo desigual que habitamos, donde la política se dedica a gobernar para unos cuantos, controlada por el dinero de los que mas tienen. Nuestra Nación no es ninguna excepción en esta realidad.
«La desigualdad económica extrema y el secuestro de los procesos democráticos por parte de las élites son demasiado a menudo interdependientes. La falta de control en las instituciones políticas produce su debilitamiento, y los gobiernos sirven abrumadoramente a las élites económicas en detrimento de la ciudadanía de a pie. La desigualdad extrema no es inevitable, puede y debe revertirse lo antes posible».
El informe de Oxfam da cuenta de la magnitud del problema y ofrece datos espeluznantes:
• Casi la mitad de la riqueza mundial está en manos de sólo el 1% de la población.
• La riqueza del 1% de la población más rica del mundo asciende a 110 billones de dólares, una cifra 65 veces mayor que el total de la riqueza que posee la mitad más pobre de la población mundial.
• La mitad más pobre de la población mundial posee la misma riqueza que las 85 personas más ricas del mundo.
• Siete de cada diez personas viven en países donde la desigualdad económica ha aumentado en los últimos 30 años.
• El 1% más rico de la población ha visto cómo se incrementaba su participación en la renta entre 1980 y 2012 en 24 de los 26 países de los que tenemos datos.
• En Estados Unidos, el 1% más rico ha acumulado el 95% del crecimiento total posterior a la crisis desde 2009, mientras que el 90% más pobre de la población se ha empobrecido aún más.
No obstante que la alerta de la organización internacional que estudia y combate la pobreza señala las consecuencias que esos niveles de concentración pueden causarle al actual modelo económico, la ambición de los ricos desoye las recomendaciones. «Esta masiva concentración de los recursos económicos en manos de unos pocos supone una gran amenaza para los sistemas políticos y económicos inclusivos. El poder económico y político está separando cada vez más a las personas, en lugar de hacer que avancen juntas, de modo que es inevitable que se intensifiquen las tensiones sociales y aumente el riesgo de ruptura social».
Lo que hemos presenciado en el 2014 en nuestro país, es un acumulado de tensión social al que lo hizo estallar la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, pero no fue el único hecho que detonó la movilización social inaudita en las calles de México. Es la suma de un largo proceso de deterioro institucional que ha negado indiscutibles derechos sociales a la mayoría de la población, ensanchando también – con omisiones o acciones abusivas – la brecha de la representación política entre gobernantes y gobernados. Pretender reducir el problema de la inseguridad y narcotráfico a la mancuerna de autoridades corruptas y crimen organizado, circunscribirlo al ámbito municipal, y ubicar el problema sólo en el sur, da cuenta de la incompetencia, el desdén y la incapacidad para comprender la exigencia mayor: cambiar las condiciones en las que viven millones de mexicanos a lo largo y ancho de todo el territorio, despojados de las oportunidades que otros disfrutan de casa, vestido, salud, educación y trabajo; arrojados en la inmensa mayoría de los casos a las garras de la delincuencia organizada.
Se trata de una mirada más profunda a lo económico, con sentido de justicia distributiva; cambiar el modelo, no para eliminar a la empresa privada como la más viva fuente de mejoramiento social, sino para erradicar privilegios fiscales y proteccionismo estatal, la colusión del capitalismo de compadres que crece a la sombra de los bienes públicos y con las facilidades de los políticos extiende su poder de concentración.
El reclamo profundo es a la disparidad de oportunidades entre unos y otros mexicanos, el contraste de nuestras regiones, la brecha insultante de los pocos que tienen a manos llenas y la inmensa mayoría que carece de lo necesario. Por eso el dato relevante de la movilización social del 2014 han sido los jóvenes, expulsados prácticamente en el presente del estudio y del trabajo, no asumen ningún futuro prometedor.
Es esperanzador el surgimiento de una protesta social como la que hemos vivido, porque por más intentos de provocación y tratar de conducirla hacia métodos de violencia, tomó el camino pacífico y la palabra como su instrumento más certero. Marcharon miles en distintas ocasiones y ciudades del país, sin que se produjera seriamente, eso que suelen llamar una alteración al orden social o afectaciones a los derechos de terceros. Hubo radicales sí, sembrados unos y otros bajo el oportunismo de siempre, pero los contingentes se separaron de esos hechos y aislaron a los violentos. Ahí está el caso de la puerta incendiada del Palacio Nacional, y el ejemplo masivo de deslinde que dejó solos a los provocadores.
En contraste con esa actitud, resultó decepcionante la respuesta gubernamental frente a la crisis. Del pasmo a la torpeza, de la incompetencia al tufo autoritario. Lo más destacado de la clase política en general durante este año, fue la incapacidad para entender el momento, comprender el reclamo, dar una respuesta a la altura de esa protesta civilizada y enérgica. Desconexión y desintonía, son las dos palabras que explican el deterioro institucional, y a su vez, el agotamiento del régimen, tanto en lo económico, como en lo político. Para evitar que la irritación social y la protesta se conviertan en desesperación debe producirse una profunda reforma que toque los dos ámbitos.
Se pueden encauzar varias reformas que fortalezcan la transparencia, el sistema de rendición de cuentas y el combate a la corrupción. Pero todo eso resultará insuficiente si no se decide una nueva redistribución de la riqueza en México y la política toma la decisión de reencontrarse con la ética. En el fondo de muchos de nuestros problemas no sólo está la avaricia de los ricos, que esa siempre estará allí, sino la falta de integridad de los servidores públicos, sean funcionarios o representantes; más penoso cuando ese poder público se orienta a servir a unos cuantos. Se deriva el problema de la ilegitimidad.
Tocado además el más alto nivel de la política en México por la corrupción y el conflicto de intereses – el mismísimo Presidente de la República -, el régimen político mexicano tiene ante si quizá la última oportunidad para producir una revisión profunda del modelo económico, financiero y fiscal, así como propiciar verdaderos cambios políticos y no la estafa en la que terminaron las reformas del Pacto por México. También vale traer aquí la cita de Louis Brandeis, quien fuera miembro de la Corte Suprema de los Estados Unidos: “podemos tener democracia, o podemos tener la riqueza concentrada en pocas manos, pero no podemos tener ambas”.