Medalla Olimpica
Terminaron las olimpiadas, nuevamente a esperar cuatro años para quienes gustan de este evento y a entrenar duro aquellos que aspiran a competir, mientras debemos pensar que queremos y hacia donde vamos como país.
El triunfo dorado de la selección Mexicana de fútbol ante la “potencia futbolera” de Brasil trajo felicidad y orgullo al cierre de estas olimpiadas y dentro cuatro años habrá que defender el título nada mas ni nada menos que en Brasil, anfitrión de los próximos juegos olímpicos, quien también será sede de la próxima Copa Mundial de Fútbol.
Lo cierto es que tanto en política económica como en Fútbol el resultado final es el que importa, lo demás solo son anécdotas.
En 1980 la economía brasileña era 20%[1] mayor a la mexicana pero con una población superior en 81%, es decir el nivel de ingreso per cápita de México era superior en 46%. Ambos países enfrentaron crisis y reformas durante los años posteriores aunque por caminos un poco diferentes.
En los 80’s ambos países iniciaron el camino de la apertura comercial; privatizaciones, desregulaciones y otras políticas neoliberales que en general se implementaron en la mayoría de los países de América Latina, bajo el llamado “Consenso de Washington”.
Deuda, déficit, inflación, devaluación, etc. formaron parte de mas de una crisis que sufrió cada país de la región en algún momento de estas últimas tres décadas.
México hizo una fuerte apuesta al modelo de apertura comercial[2], luego de varias décadas bajo un modelo cerrado. Brasil si bien siguió una receta similar pero lo hizo de una forma mas selectiva, apoyando su sector productivo y mercado interno. Clara prueba de esto es que en 1980 las exportaciones brasileras representaban 9.0% de su PIB mientras que en México 10.7%, en 2011 fue de 12% y 31% respectivamente[3]. Esto evidencia la fuerte orientación de apertura comercial en México (lo que en teoría muestra un éxito dado la fortaleza de su plataforma exportadora que genera ingresos), pero también debemos pensar en las importaciones: Mientras que en 1980 Brasil importaba el equivalente a 11.3% de su PIB, México alcanzaba un nivel de 13.0%, en 2011 esas cifras pasaron a 12.6% y 32.2% respectivamente.
El comercio exterior genera riqueza a un país cuando su valor neto es positivo (exportaciones – importaciones)[4] es decir los ingresos por exportaciones son mayores al gasto por importaciones, por lo cual aunque México tenga un alto nivel exportador, ésto no necesariamente se traduce en un alto beneficio económico. Cabe mencionar que el modelo exportador de México esta basado en la maquila, la cual genera poco valor agregado al hacer sólo uso de mano de obra ya que la mayor parte de sus insumos son importados, dando como resultado la desaparición de muchas cadenas productivas[5] nacionales.
En el caso de Brasil, luego de una turbulenta década de los 90’s marcada por el endeudamiento, inflación y devaluación, entre otros problemas, en 1999 perfiló a una nueva etapa liberalizando su economía y aplicando políticas de mercado pero de una forma gradual y más selectiva, enfocado a fortalecer su sector productivo y mercado interno con un menor grado de dependencia externa tanto para generar ingresos y abastecer su demanda interna a diferencia de países que aplicaron una receta mas ortodoxa.
Otro suceso que destaca en Brasil es la llegada a la presidencia de Luiz Inácio Lula da Silva en 2003, candidato de izquierda, quien dio continuidad al proyecto de desarrollo de su antecesor a fin de mantener la estabilidad macroeconómica. Tres principios rigieron esta política económica: disciplina macroeconómica para la estabilidad; política de inversión, crédito al desarrollo y fomento a la exportación; y finalmente, una política social y de redistribución.
Luego de una década bajo esta política los resultados macroeconómicos parecen favorables. En el periodo 2000 – 2011 (12 años) Brasil logro un crecimiento promedio de 3.6% anual, mientras que México alcanzó un 2.3%. Esa diferencia puede parecer menor, pero en 12 años acumulados de manera compuesta da como resultando que Brasil haya crecido un 60% más que México, lo cual se traduce en resultados como: haber generado 14 millones de nuevos empleos, disminución de la pobreza extrema en 19 millones de personas y 30 millones de personas alcanzaron la clase media. En contraste en México tan solo de 2008 a 2010 las personas en pobreza aumentaron en 3.2 millones[6]. En esta década solo se crearon 2.9 millones de nuevos empleos formales y el empleo informal llegó a su máximo histórico situándose en 14 millones de personas (29% de la población económica activa – PEA)[7].
Para la inversión extranjera Brasil parece más atractivo. En 2001 México superaba a Brasil al haber tenido un flujo 29.8 mil millones de dólares mientras que Brasil tuvo 22.4[8]. Ya para el año 2011, México recibió tan 19.4 mil millones de dólares a diferencia de Brasil que recibió más del triple: 66.7.
Estas cifras macroeconómicas se traducen en una mejora para su población. Por ejemplo en el año 2011 la venta interna de autos nuevos por cada mil habitantes fue de 18 para Brasil en contraste con 8 para México[9]. En este mismo año, el ingreso per cápita de Brasil llegó a 12.6 mil dólares, lo que equivale un 25% superior al de México (recordemos que en 1980 México tenía un ingreso per cápita 46% superior al de Brasil).
Brasil no se detiene. Recientemente su presidenta, Dilma Rouseff, lanzo un plan ambicioso para atraer inversiones privadas en obras de infraestructura. Se prevé que las inversiones se prolonguen por 25 años, las cuales consta de tres áreas; construcción de carreteras y ferrocarriles, concesiones privadas de puertos y aeropuertos, y medidas para reducir el costo de la energía eléctrica. Muchas de estas inversiones se realizarán en los próximos años, con miras al Mundial de Fútbol en 2014 y de los Juegos Olímpicos de 2016, donde Brasil será el anfitrión, demostrando no solo su capacidad organizativa, sino económica y de relaciones públicas como para realizar eventos de este nivel.
La apuesta de Brasil a un modelo exportador a países emergentes, gran parte de materias primas, pero sobre todo enfocado a fortalecer su producción y mercado interno con protecciones no arancelarias marcan un notable contraste con un modelo más ortodoxo seguido por México en donde los resultados concretos de ambos casos están a la vista. Si bien no existe una receta perfecta y puede haber críticas y aciertos en uno u otro caso, pero al final el resultado global parece favorecer al que mejor logros obtuvo, bajo un enfoque pragmático, adaptado a sus necesidades y particularidades y no enfoque dogmático.
21 de agosto 2012
Por: Roy Lavcevic
rlavcevic@anei.org.mx