La soberbia nos ganó
Fuente: El Norte
Por Cosijoopii Montero
El mito fundacional de la cultura regia, Monterrey y su área metropolitana, es sin duda el “emprendedurismo”. Mucho de lo que somos ahora se debe al empeño de una comunidad que nació y creció perseverando.
Sin embargo, ese modelo se agotó en el momento en que nuestros problemas empezaron a ser más grandes que la satisfacción que podemos tener de vivir en esta Ciudad.
Somos una comunidad muy competitiva. El asunto es que la soberbia nos ganó porque ya nos creímos el cuento de que nadie es mejor que nosotros, porque ya “no hay” con quién compararnos.
Pues resulta que esto no es verdad. Hace ya algunos años que la ciudad de Medellín, en el departamento de Antioquia, Colombia, ha mostrado y demostrado que cuando una comunidad reconoce sus limitaciones y pone empeño en superarlas, sin hacer ningún tipo de alarde, es mucho mejor que muchas otras comunidades latinoamericanas.
Medellín es muy parecida a Monterrey. Comparten la “M” de su nombre, comparten casi la misma superficie y casi el mismo número de habitantes.
Lo que no comparten es la humildad de una y la soberbia de la otra. La calidad de vida de una y la molestia de la otra. El uso eficiente de sus recursos públicos y el dispendio de los de la otra. La gran calidad de sus servidores públicos de una y la mediocridad de los de la otra.
Monterrey y Nuevo León son, en comparación con Medellín y Antioquia, más grandes en ingreso por habitante.
El PIB de Nuevo León es dos veces el de Antioquia. En promedio, los nuevoleoneses reciben anualmente cuatro veces más ingreso que los antioqueños.
Y si es así, ¿por qué nuestra Ciudad tiene servicios públicos tan deficientes que no nos ayudan a solucionar nuestros problemas cotidianos tan elementales?, como un buen transporte público o espacios públicos dignos y de calidad.
En Monterrey y sus municipios metropolitanos, a causa de nuestra pobre cultura cívica, concentramos el mayor número de accidentes viales por año en todo el País; somos la ciudad más contaminada, tenemos el mayor índice de obesidad infantil, la menor densidad forestal por habitante y el transporte público más caro e ineficiente de México.
Entonces, ¿de qué nos sirve tanta riqueza, tanto ingreso, tanta “productividad”, tanta inversión extranjera directa, si esto no se refleja en la vida cotidiana?
En Medellín se dieron a la tarea de que la sociedad civil fuera la que tomara las decisiones para administrar la ciudad y sus recursos públicos no desde la óptica del populismo electoral y político.
Medellín se sometió al duro hábito de la ciencia y la tecnología para tomar decisiones, sumando al Gobierno a especialistas, técnicos, científicos y, sobre todo, ciudadanos que aman entrañablemente su ciudad.
En nuestro Estado, y en Monterrey con sus municipios metropolitanos, el servicio público se practica en general bajo el esquema de la puntada, la ocurrencia, la fanfarronería, la improvisación y la corrupción.
Tenemos mucho talento en contados servidores públicos, pero nuestro problema es que trabajan para un sistema que desprecia el talento, la innovación y la inteligencia, porque los tomadores de decisiones no desean que ese esquema cambie en nada.
Los puestos clave no son ocupados por especialistas o académicos: los ocupan los compadres, los amigos, los amantes o a los que se les deben favores electorales.
Una ciudad administrada así siempre sera caótica, ineficiente, insegura, contaminada, violenta, fea y con una bajísima calidad de vida.
Por ejemplo, de qué nos sirve ser la Ciudad de las Montañas de las que tanto presumimos si somos nosotros mismos quienes las estamos depredando al tiempo que ponemos en riesgo nuestro patrimonio, riqueza e incluso la vida propia y de nuestras familias.
De qué nos sirve tener tanta riqueza e inversión extranjera con tantas empresas si ni siquiera tenemos la sencilla posibilidad de tener parques arbolados, banquetas dignas y seguras, una atmósfera limpia, tranquilidad y salud.
Necesitamos ubicarnos en la realidad y no creernos el cuento de que vivimos en una ciudad de vanguardia y cosmopolita porque no es verdad.
El “orgullo de ser del norte” ya no representa esa vieja idea, la Ciudad ha cambiado y nosotros hemos cambiado: es momento de que te pongas a trabajar por tu ciudad.
Si no te gusta el resultado, si no te gusta donde vives, una de tus primeras acciones deberá ser exigir a tu Alcalde, Alcaldesa o Gobernador que se ponga a trabajar y que te dé cuentas de lo que hace y cómo lo hace.
Ya no más ninguna autoridad improvisada. Está claro que éstas no pueden darnos lo que necesitamos. ¿Qué vamos a hacer?