El crecimiento ausente de México

Fuente: Newsweek.

POR: JONATHAN HEATH

La Secretaría de Hacienda, encabezada por Luis Videgaray, ha tenido que admitirlo: la economía no crecerá como lo había proyectado.

Entre 1933 y 1981, México logró crecer a una tasa promedio anual de 6.19 por ciento, lo que permitió multiplicar el PIB por un factor de 19 en lo que fue casi 50 años. El crecimiento llegó a registrar un promedio anual de 9.11 por ciento en los últimos cuatro años de ese período, impulsado por el boom petrolero de la década de 1970. Pero con el derrumbe económico de 1982, se perdió por completo la habilidad de crecer, ya que la tasa disminuyó a un promedio por año de tan solo 2.21 por ciento los últimos 32 años, una de las más bajas de todo América Latina. Muchas personas culparon al Partido Revolucionario Institucional (PRI), el partido que había monopolizado el poder por 71 años consecutivos (1929-2000), por lo que decidieron en las urnas en 2000 darle la oportunidad al Partido Acción Nacional (PAN). Sin embargo, en los dos sexenios en que sostuvo el poder (2001-2012), los gobiernos del PAN no pudieron mejorar la pobre actuación económica: Vicente Fox logró que la economía avanzara a un ritmo de 2.18 por ciento anual, mientras que Felipe Calderón registró una tasa promedio de 2.09 por ciento.

Ante la frustración del desempeño mediocre del PAN, la población decidió darle de nuevo la oportunidad al PRI, con la presidencia de Enrique Peña Nieto. En su campaña prometió impulsar las reformas estructurales que hacían falta y retomar el crecimiento sostenido. Convenció a la mayoría de que solamente el PRI tenía la capacidad política para negociar con la oposición y que con su retorno por fin despejaría la economía. Con su victoria se presumió que había llegado el “momento México”. Inició su mandato con el lema “moviendo a México”, apoyado en grande por la prensa extranjera que ayudó a promover al país. Las agencias calificadoras se sumaron a la ola de optimismo, mejorando la calificación de riesgo soberano con el argumento implícito de que ahora sí el gobierno sabía qué hacer.

Sin embargo, no llegó el famoso “momento México”. El crecimiento económico del país en el primer año del nuevo gobierno no llegó ni siquiera a la mitad del promedio histórico de los últimos 32 años, mientras que el arranque de 2014 ha mostrado que la tendencia de estancamiento permanece igual. Todas las instituciones, analistas y académicos han revisado continuamente sus proyecciones de crecimiento a la baja, hasta que recientemente el gobierno y el Banco Central tuvieron que admitir lo mismo. Por lo pronto, las perspectivas para este año giran alrededor de 2.5 por ciento, pero no debe sorprender que antes de finalizar el año observemos más revisiones a la baja.

¿Qué pasó con el momento México? ¿Por qué nunca llegó?

 

México fue de los ganadores después de la gran recesión

El crecimiento del PIB mexicano de 2001 a 2009 fue 1.3 por ciento promedio anual, el peor de toda América Latina. El contraste con las demás economías de la región fue enorme, ya que la década pasada fue muy favorable para la mayoría de los países latinoamericanos. Volteábamos a ver a Brasil, Chile, Perú y Panamá con envidia porque crecían muy por encima de nosotros. Al mismo tiempo, surge China como nuevo centro manufacturero mundial y nos empezó a comer el mandado. Peor aún, viene la gran recesión en 2008 y el PIB de México se desploma 4.7 por ciento. A pesar de una supuesta fortaleza macroeconómica, un sistema financiero saneado, una política cambiaria adecuada y relaciones de deuda externa relativamente buenas, tuvo uno de los peores desempeños a escala mundial. Al desplomarse el comercio exterior, México pierde su motor de crecimiento más valioso y la economía interna no supo responder.

No toda la retracción de la actividad económica provino de afuera. La sobrerreacción de las autoridades al virus AH1N1, que paralizó por completo a la economía por un espacio importante, posiblemente contribuyó cerca de dos puntos porcentuales de los que disminuyó el PIB ese año. Pero aun así, México parecía maldecido y condenado al crecimiento mediocre.

Sin embargo, el panorama empezó a cambiar a partir de 2010 con un repunte significativo en las exportaciones no petroleras, a pesar de la lenta recuperación mundial. El PIB de México logró crecer 5.2, 3.8 y 3.9 por ciento en 2010, 2011 y 2012, respectivamente, para alcanzar un promedio de 4.3 por ciento en los tres años y crecer por arriba del promedio mundial. En estos años, México recapturó una porción del mercado estadounidense que había cedido a China y se empezó a escuchar de nuevo de la competitividad mexicana. No solo la industria automotriz despegó a gran velocidad, sino también las exportaciones manufactureras no automotrices. Pero todavía más sorprendente fue que la economía interna empezó a responder y parecía tener por primera vez su propio dinamismo.

¿Cuáles fueron los factores que explicaron el mejor desempeño vis a vis con los demás países? En principio, fueron tres: un reacomodo de líneas de producción (en especial en la industria automotriz) dentro de América del Norte, mediante el cual se buscó reducir costos de producción e incrementar la eficiencia a raíz de los efectos de la recesión en Estados Unidos; una moneda más competitiva (depreciada) a raíz del ajuste significativo que sufrió el tipo de cambio en 2008; y un cambio fundamental en la política económica de China, que coadyuvó a cerrar la brecha de los costos laborales unitarios entre ambos países.

A raíz de la profunda recesión de 2008-2009 en Estados Unidos, varias de las empresas automotrices estuvieron a punto de quebrar. Recibieron incluso ayuda gubernamental y tuvieron que implementar cambios profundos para volver a ser competitivos y rentables. Muchos de estos giros involucraron cambios en sus líneas de producción de Estados Unidos hacia México, que en parte fue un reconocimiento de que la productividad de la industria automotriz mexicana no solamente era buena, sino de las mejores a escala mundial. A raíz de entonces, no solo se observaron nuevas inversiones en las plantas de capital norteamericano, sino también en las europeas y asiáticas. El resultado fue que, apenas un par de años después de la crisis, México había ganado mucha participación en la producción automotriz mundial.

En los años anteriores a la crisis, el dólar se había depreciado respecto a las principales monedas del mundo. Dado que el peso mexicano está muy ligado al dólar, México aprovechó parte de esta depreciación para incrementar sus exportaciones a países distintos a Estados Unidos. Como consecuencia de la crisis, el peso sufrió una depreciación significativa respecto al dólar en un momento en que la moneda estadounidense se recuperó respecto a los demás países. De nuevo, México ganó competitividad hacia el exterior y se posicionó muy bien cuando el comercio exterior empezó a recuperarse.

Finalmente, China empezó a poner más énfasis en su mercado interno, empezando por otorgar mejores salarios a sus obreros. Como consecuencia, la distancia abismal que había entre los costos laborales de los dos países se acortó y las ventajas de seguir produciendo en China empezaron a mermar. Después de casi una década en la cual China absorbió una buena parte de la actividad manufacturera global, muchas empresas se dieron cuenta de que los costos de logística y de transporte eran igual o más importantes que los laborales. Al final de cuentas, la cercanía geográfica de México y las posibilidades de abastecer oportunamente al mercado de Estados Unidos, volvió a posicionar a México como creciente posibilidad de producción manufacturera.

La mejoría económica en los tres años previos al arribo de Enrique Peña Nieto a la presidencia fortaleció la creencia de que el nuevo gobierno podría tomar e incluso mejorar esta inercia. Si la ausencia de reformas estructurales fue uno de los factores que limitó el crecimiento en la era del PAN, entonces Peña Nieto tenía todo que ganar con impulsarlas. Sin embargo, con el cambio del sexenio vino una desaceleración frustrante que dejó a México al borde de una recesión.

 

La tormenta perfecta

Después de buen crecimiento por tres años, la actividad económica mexicana se desaceleró significativamente en 2013 para alcanzar apenas una tasa de 1.1 por ciento. Fueron muchos los factores, tanto externos como internos, que contribuyeron al mal desempeño. Una menor demanda por nuestras exportaciones, la cancelación de cuotas de exportación de automóviles a Brasil y Argentina, una disminución pronunciada en las remesas y la recesión de Europa fueron algunos de los elementos externos. Mientras tanto, la crisis de la construcción, el menor gasto público, un desabasto de gas, inundaciones, incertidumbre en torno a las reformas estructurales, dudas en torno al cambio de sexenio y un deterioro acumulado en el poder adquisitivo de los hogares, fueron las causas internas.

El impulso principal para la actividad económica que planteó el gobierno entrante era su agenda ambiciosa de reformas estructurales. Los gobiernos anteriores no los pudieron aprobar debido a la oposición que tenían en el Congreso y a la falta de habilidad política para negociar y conciliar intereses. Sin embargo, el gobierno de Peña Nieto logró establecer el “Pacto por México”, que fue un acuerdo entre los principales partidos políticos para perseguir una agenda común. De aprobarse el decálogo de reformas, el crecimiento podría detonarse.

Sin embargo, esta perspectiva no se materializó. A pesar de que algunas de las reformas se aprobaron en la primera mitad de 2013, las más importantes enfrentaron problemas mayores. La reforma fiscal terminó como una propuesta simplemente recaudatoria, sin enfrentar los verdaderos retos fiscales, mientras que la de telecomunicaciones y la energética se pospusieron hacia fines de año. Muchas de las leyes secundarias que debían seguir la aprobación de las reformas se empantanaron y no fueron aprobadas hasta mucho después. Como resultado, el empuje que debió representar estas reformas no se materializó en 2013 y quedó claro que si se llegaran a materializar factores positivos de ellas, no serían sino hasta la segunda mitad del sexenio.

Pero más allá de las fallas que pudieran llegar a representar estas reformas, la actividad económica sufrió una serie de reveses que no solo detuvieron su crecimiento, sino que empujó a la economía hacia el borde de una recesión ligera. Lo que pasó fue como una tormenta perfecta, es decir, se conjuntaron varios factores negativos tanto externos como internos, casi todos al mismo tiempo, que detuvieron la marcha de la economía. ¿Cuáles fueron estos factores?

Primero, a mediados del año 2012 la demanda por las exportaciones no petroleras mexicanas empezó a desacelerarse. Las exportaciones automotrices dejaron de crecer a los ritmos anteriores, mientras que las manufactureras no automotrices se estancaron. Dado que las exportaciones son el motor principal de crecimiento de la economía mexicana, se experimentó mucho menos dinamismo en las actividades secundarias, que a su vez dejaron de estimular el crecimiento de las actividades terciarias. Hubo una visible desaceleración en el crecimiento económico de Estados Unidos (de 2.8 por ciento en 2012 a 1.9 por ciento en 2013) y específicamente en su producción manufacturera, que creció 2.2 por ciento en 2013 después de haber logrado una tasa de 3.9 por ciento en el año anterior. Al final de cuentas, las exportaciones no petroleras solo crecieron 4.0 por ciento en 2013, menos de la mitad de la tasa de 8.5 por ciento de 2012.

Segundo, al mismo tiempo dejaron de crecer las remesas familiares provenientes de Estados Unidos. A partir de julio de 2012 la tasa anual fue consistentemente negativa, afectando un ingreso complementario de muchas familias, que a su vez tuvo un efecto negativo sobre el consumo de los hogares. Dado que una parte significativa de estos ingresos se dedican a obras de autoconstrucción y remodelación de casas, también se vio afectada la rama de “trabajos especializados” dentro de la construcción.

Tercero, el gobierno de Calderón había dado un gran impulso a la vivienda de interés social, en especial mediante la construcción de viviendas horizontales. Sin embargo, la gran mayoría fueron desarrollos en zonas apartadas de los centros de trabajo, esparcimiento y escuelas. Muchos gobiernos locales fallaron en proveer la infraestructura necesaria, por lo que miles de casas fueron abandonadas. A mediados de 2012, el gobierno decidió parar este tipo de edificación, en espera de una nueva reglamentación que favoreciera la vivienda vertical. No obstante, ante el inminente cambio de sexenio, el gobierno saliente le dejó el paquete a la nueva administración, lo que dejó prácticamente paralizado un segmento importante de la construcción. Peor aún, el nuevo gobierno no resolvió el problema de inmediato, lo que profundizó la crisis de la construcción en 2013. La mayoría de los desarrolladores de vivienda quedaron al borde de la quiebra, sin los recursos para volver a levantar el sector.

Cuarto, el gobierno de Calderón propuso utilizar la mayor parte del gasto público programado para 2012 en la primera mitad del año en busca en un efecto favorable en la economía antes de las elecciones. Esto implicó una disminución en el gasto en la segunda mitad del año, en especial en obras civiles y de infraestructura. Al entrar el nuevo gobierno, se intensificó la disminución en el gasto, muy visible en la inversión fija bruta del gobierno. En sí, el presupuesto aprobado para 2013 buscaba un balance fiscal, lo que implicaba un proceso de consolidación mediante una disminución en el gasto público. Pero aunado a esta restricción, la nueva administración tuvo un subejercicio de su gasto, por lo que su impacto negativo fue todavía mayor. No fue hasta el último trimestre de 2013 que el gobierno de Peña Nieto logró activar en forma el gasto público. Sin embargo, fue demasiado poco y tarde para lograr algún impacto significativo en la actividad económica.

Quinto, ante la promesa de reformas estructurales que implicaban nuevas oportunidades de inversión, el sector privado decidió posponer muchos proyectos hasta no saber bien cuáles iban a ser las nuevas reglas del juego. Primero habría que esperar para ver cuáles reformas se aprobarían y después cuáles serían las leyes secundarias. Aunado a la espera de las reformas, había incertidumbre en torno al cambio sexenal, que siempre tiene un efecto negativo en el primer año de cualquier sexenio. Esto también implicó una disminución en la inversión fija bruta del sector privado.

Sexto, a pesar de que la inflación general se ha contenido en los últimos años, los precios de los alimentos, de la gasolina y otros bienes con alto impacto en los presupuesto familiares, subieron mucho más que los sueldos y salarios, provocando una pérdida en el poder adquisitivo de muchos hogares. Aunado a los factores anteriores, esto incitó a una disminución en el comercio y a una eventual desaceleración en las actividades terciarias en su conjunto.

El resultado fue primero una atonía a partir de mediados de 2012, que posteriormente se convirtió en un estancamiento de la actividad económica en 2013. El gobierno fue severamente criticado a lo largo del año, ya que cada tres meses se veía forzado a revisar su expectativa de crecimiento a la baja: empezó el año anticipando una tasa de 3.5 por ciento, que revisó a la baja cuatro veces antes de admitir la tasa final de 1.1 por ciento para el año. Sin embargo, no solo fue el gobierno que no anticipó adecuadamente el crecimiento del año, sino también prácticamente todos los analistas, instituciones financieras y organismos internacionales. Parte del problema fue que, aunado a todos los factores mencionados, hubo modificaciones importantes en las cuentas nacionales (cambio de año base y adecuaciones metodológicas), que terminaron por arrojar cifras de crecimiento económico menores a las que originalmente se habían reportado. En un principio, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) reportó, en mayo de 2013, que el PIB del primer trimestre de 2013 había crecido 1.8 por ciento anualizado respecto al trimestre anterior. La cifra ya revelaba una economía menos dinámica, lo que llevó a muchos analistas a revisar a la baja su expectativa de crecimiento para el año, pero aún en un rango ligeramente por debajo de 3 por ciento. Sin embargo, cuando el Inegi dio a conocer los datos del segundo trimestre en agosto, aprovechó para introducir el cambio de base (de 2003 a 2008), que resultó en una revisión del primer trimestre a 0.1 por ciento de crecimiento y una tasa negativa de 2.9 por ciento para el segundo. Por lo mismo, después de conocer los datos revisados, los analistas tuvieron que revisar de nuevo a la baja sus perspectivas de crecimiento, esta vez ya por debajo de 2 por ciento. A pesar de que hubo una pequeña mejoría en el desempeño de la economía en el tercer trimestre, el cuarto volvió a estancarse y la economía terminó creciendo apenas 1.1 por ciento en el año.

 

La promesa de recuperación

Si revisamos detenidamente la lista de los factores que contribuyeron al bajo desempeño de 2013, encontramos que prácticamente todos fueron de naturaleza temporal. Esto llevó al gobierno a prometer una recuperación vigorosa en 2014, primero como consecuencia de una recuperación en laeconomía de Estados Unidos y Europa y, posteriormente, apuntalado en una política de gasto público muy agresivo. Consistente con el lema que está utilizando el gobierno para promover el país, “moviendo a México”, la SHCP ha sido muy reacia a reconocer y admitir, primero, que la economía no va crecer lo que originalmente proyectó y, segundo, que se tiene que revisar a la baja de nuevo las expectativas de crecimiento a raíz de errores de política económica.

Después de prometer resultados casi inmediatos, ante lo sucedido en 2013, el gobierno se vio forzado a admitir que los supuestos efectos benéficos de las reformas se darían [en el mejor de los casos] en el mediano plazo. Por lo mismo, para remediar la situación y reactivar la economía, el gobierno decidió primero plantear una reforma fiscal que proveería de más recursos al erario y, después, impulsar una ampliación significativa del déficit fiscal para financiar un incremento sustantivo en el gasto. De esta manera, abandonó prácticamente todos los planteamientos originales de la reforma en busca de una propuesta esencialmente recaudatoria. Dejó a un lado las propuestas de unificar el IVA al eliminar las exenciones y excepciones, no presentó propuesta alguna para incentivar el empleo formal y combatir la informalidad, eliminó deducciones que incentivaban la inversión, no buscó ampliar la base recaudatoria y terminó aumentando la tasa impositiva a los cautivos, los que desde antes pagaban la mayor tajada de los impuestos. Adicionalmente, introdujo una serie de nuevos impuestos y aumentos al IEPS que gravaban alimentos de alto consumo en los hogares.

El resultado final de la reforma fue una reducción en el ingreso personal disponible de los hogares, que trajo consigo una disminución en la confianza del consumidor y, al mismo tiempo, desincentivó la inversión de las empresas y redujo igual la confianza empresarial. En el momento en que el consumo y la inversión privada necesitaban apuntalar la recuperación, fueron severamente castigados. Peor aún, el gobierno introdujo nuevas medidas de fiscalización y leyes para tratar de limitar el lavado de dinero, pero que empujaron a muchos consumidores y empresarios a retirar su dinero de los bancos y dejar de usar tarjetas de crédito. Como consecuencia, aumentaron significativamente las transacciones informales y cayeron las ventas en los establecimientos formales. En el primer trimestre del año, aumentó la demanda de dinero (base monetaria) más de 14 por ciento, mientras que el PIB nominal solo avanzó 5.1 por ciento.

En principio la estrategia del gobierno es de quitarle dinero a los hogares y empresas para incrementar sus ingresos y pedir prestado algo más al mercado vía un incremento importante en la deuda pública (tanta externa como interna), para aumentar así en forma significativa el gasto público. El primer problema con esta estrategia es que el gasto público es menos eficiente en términos de su impacto sobre el crecimiento económico que el gasto privado. El segundo problema es que redujo el ingreso personal disponible a los que desde antes pagaban más impuestos en vez de ampliar la base gravable y eliminar a los grupos privilegiados. El tercer problema es que, al acudir a los mercados financieros para dotar económicamente la ampliación del déficit, desplazó al sector privado de recursos que hubiera utilizado para invertir. El resultado es que el primer trimestre quedó estancado y se abortaron las posibilidades de iniciar una recuperación de fondo.

Al concluir el primer trimestre, la SHCP reportó un aumento en el gasto público de alrededor de 8 por ciento real y, en especial, un aumento en inversión física de más del 17 por ciento. Sin embargo, la inyección de recursos públicos no parecía tener efecto alguno en el crecimiento. Y más de un mes después, el Inegi reportó que el consumo público disminuyó 0.33 por ciento respecto al trimestre anterior y, en especial, hubo una caída de 8.5 por ciento en la inversión pública respecto al mismo período del año anterior. La SHCP no ha querido aclarar esta divergencia tan marcada en las cifras y tampoco ha reconocido que su última revisión a la baja en el crecimiento tendrá que ser revisada de nuevo (algo que el Banco de México ya admitió).

Aunado a los errores de política gubernamental, el entorno externo no presentó la mejoría anticipada a principios de año. La economía estadounidense arrancó mal el año debido a condiciones climatológicas adversas, que afectaron negativamente a la inversión privada, el gasto público y los inventarios. El resultado fue que el PIB estadounidense disminuyó 1.0 por ciento en el primer trimestre de 2014, por lo que no aumentó mucho la demanda por nuestras exportaciones. Afortunadamente, el consumo de los hogares siguió creciendo en Estados Unidos, por lo que el revés se ha interpretado como un fenómeno temporal. De hecho, las exportaciones mexicanas han mostrado una mejoría en los últimos meses.

El Indicador IMEF Manufacturero de mayo muestra una tendencia modesta al alza, por lo que se anticipa una mejoría en el ritmo de producción ya en el segundo trimestre. Sin embargo, el Indicador IMEF No Manufacturero registra una clara tendencia a la baja en los primeros cinco meses del año, signo de que el comercio y los servicios se mantienen estancados. El hecho de que el Banco de México decidiera reducir 50 puntos base la tasa objetivo de fondeo interbancario a 3.0 por ciento, es muestra de que la actividad económica todavía permanece estancada. La misma Junta de Gobierno recalcó que la mayor debilidad es el consumo y la inversión. La decisión sorpresiva subraya el hecho de que el rango esperado de crecimiento por las autoridades monetarias es seguramente ahora todavía más baja que el de 2.3 a 3.3 por ciento dado a conocer apenas hacia fines de marzo.

En la medida en que se vayan conociendo más datos duros sobre el desempeño de la economía en el segundo trimestre, se podrán ir afinando las proyecciones de crecimiento para todo el año. No obstante, las acciones del Banco de México y los indicadores oportunos disponibles (como el Indicador IMEF) apuntan a que esta ronda de revisiones a la baja todavía no concluye. Es de esperar que el nuevo consenso se ubique mucho más cerca al 2 que al 3 por ciento. Sin embargo, resulta interesante observar que aun la proyección más pesimista de ahora (cerca del 2 por ciento) implica cierta recuperación en la segunda mitad del año.

¿Qué se necesita para que se active la recuperación? Primero, una mejoría en el entorno externo que culmina en un incremento en las exportaciones no petroleras, que desde hace tiempo han sido el motor de crecimiento de la economía. Sin una mejoría sustancial, difícilmente podremos ver que se materialice una recuperación que perdure. Segundo, una reactivación en el consumo e inversión privada, que para que ocurra se necesita una pronta absorción de los efectos negativos de la reforma hacendaria, algo que no queda tan claro que pueda ocurrir en el muy corto plazo. Finalmente, se necesita la aprobación final y completa de todas las reformas y leyes secundarias para dejar atrás el ambiente de incertidumbre prevaleciente.

El aumento en el gasto público no será suficiente para reactivar la economía, primero por su ineficacia y, segundo, por el poco impacto de segundo orden que tiene sobre la actividad económica. Una buena parte del gasto va dirigido a programas sociales, subsidios y transferencias, que prácticamente no tiene repercusión. La inversión pública podrá ayudar en el margen, sin embargo, la mayor parte simplemente desplazará a la inversión privada. Por lo pronto, es casi un hecho que el crecimiento de este año será de nuevo decepcionante. Habrá que esperar a 2015. Por mientras, estaremos esperando las nuevas revisiones a la baja en el crecimiento por parte de SHCP.

 

Jonathan Heath es un economista mexicano especializado en el estudio de la coyuntura y perspectivas macroeconómicas de México. @JonathanHeath54

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