CONTRAPUNTOS/ dólar caro
Editorial: Fernando Turner
La crisis internacional traerá graves efectos, pero también la oportunidad de cambiar políticas económicas que nos han mantenido estancados, entre otras, la del manejo cambiario.El tipo de cambio es el precio de una moneda en relación con otra. En nuestro caso, principalmente el dólar. En teoría debe reflejar los precios relativos entre países para que el intercambio comercial internacional se base en ventajas comparativas reales, se logre especialización de cada país según su eficiencia logrando todos beneficiarse, aumentando la prosperidad global.
(Fuente: El Norte, octubre 12 del 2008)
Fernando Turner
La crisis internacional traerá graves efectos, pero también la oportunidad de cambiar políticas económicas que nos han mantenido estancados, entre otras, la del manejo cambiario.
El tipo de cambio es el precio de una moneda en relación con otra. En nuestro caso, principalmente el dólar. En teoría debe reflejar los precios relativos entre países para que el intercambio comercial internacional se base en ventajas comparativas reales, se logre especialización de cada país según su eficiencia logrando todos beneficiarse, aumentando la prosperidad global.
Esta teoría también supone, entre otras cosas, que todos los países establecen paridades basadas en el verdadero poder de compra y movimiento internacional irrestricto de todo tipo de bienes.
En la práctica, estas condiciones son inexistentes y cada país elige el régimen cambiario que le conviene para alcanzar sus objetivos. La mayoría -casi todas las naciones asiáticas- controla rígidamente la paridad, por su importancia estratégica para lograr competitividad y crecimiento. Durante las últimas décadas, estos países han mantenido subvaluadas sus monedas para impulsar exportaciones, inversión y empleos. Su crecimiento ha sido espectacular y la disminución de la pobreza evidente.
Pocos países -quizá sólo Estados Unidos y Europa- manejan un régimen de flotación libre. Otros, incluyendo México, intervienen constantemente en su manejo, generalmente para anclar la inflación, sobrevaluando la moneda, pretendiendo que el mercado controla.
La paridad es como un lente que aumenta o disminuye los precios externos medidos en pesos, y su graduación es esencial para equilibrar la competencia entre productores de diferentes países. Además, para evitar incentivos perversos que causen depresión y desempleo y para crear los que incentiven desarrollo.
Los países exportadores de recursos naturales reciben cantidades excesivas de dólares que descalibran la lente al abaratar esta divisa. Esto motiva a consumir lo importado, pues hay un subsidio implícito pagado con esos ingresos excesivos. Ningún consumidor desprecia esa dádiva, que por cierto beneficia más al que más consume.
También los productores preferirían importar, con ese subsidio, trabajadores, servicios, insumos, energía y Gobierno eficiente. Pero hay muchos bienes imposibles de traer, generalmente protegidos y por ello con precios excesivos, lo que impide a las empresas y a sus trabajadores competir en igualdad de circunstancias. Entonces se prefiere no invertir con la consiguiente pérdida de empleo estancándose la economía.
La sobrevaluación como política genera además la consecuencia no deseada de incentivar a las empresas a financiarse en moneda extranjera, asumiendo riesgos cambiarios que las colapsan en las crisis. Varias de las grandes están ahora al borde de la insolvencia por la depreciación reciente del Peso.
Durante las últimas cuatro décadas, sucesivos gobiernos han sobrevaluado el Peso, porque les es más fácil bajar los precios en pesos de los productos importados -y con ellos de los nacionales que compiten con ellos, pero no los monopólicos- que atacar las verdaderas fuentes de inflación: el propio Gobierno y sus oligopolios privados consentidos. Con eso evitan recetarse austeridad y lograr eficiencia en las paraestatales. Compran tiempo, a costa de dilapidar los ingresos petroleros y debilitar al aparato productivo, para evitar reformas dolorosas en sindicatos públicos; infraestructura y burocracias. Además, evaden afectar las jugosas rentas monopólicas de empresarios privilegiados, engordadas a costa de contribuyentes, consumidores y sector productivo.
Esta política, perversamente defendida con dogmas y falacias, asegura estancamiento, desempleo, migración, pobreza y desigualdad.
Las crisis reviven periódicamente al debilitado sector productivo sobreviviente de los shocks, por la urgencia de exportar manufacturas, al acabarse las reservas por la salida de los dólares golondrinos recibidos irresponsablemente y la baja en los petrodólares.
Debemos aprovechar esta crisis para cambiar esta nefasta política por otra que mantenga un tipo de cambio competitivo, no subsidiado, acorde con nuestra condición de país urgido de empleos y de crecimiento. Esto implica obligar al Gobierno a combatir la inflación generada por sus monopolios y los de sus comparsas, forzándolos a operar con precios internacionalmente competitivos. Obligarlo a eliminar trámites, burocracias y gastos superfluos, a bajar substancialmente el gasto corriente y a hacerse barato.
Esto sí combatiría la inflación, nos haría competitivos, alentaría la inversión y generaría empleos y bienestar. Lo actual es pura incompetencia.