Castillos en el aire
Fuente: Reporte Índigo.
Tras unos primeros meses idílicos entre el mercado y el gobierno de Peña Nieto por la promesa de reformas, las débiles cifras de crecimiento económico y otros factores congelan el entusiasmo.
POR JOSÉ LUIS TAMEZ – Viernes 20 de diciembre de 2013
Cada gobierno encarna una promesa. Detrás de todo el ruido generado por el ajetreo político, si uno se concentra puede escuchar en el fondo esa promesa. En el caso del gobierno de Enrique Peña Nieto es la del “gran acuerdo” que lleve a México hacia la modernidad.
Un gobierno de centro con un líder sobrio, un discurso conciliador, un equipo sensato y una oposición que cada vez más carece de figuras fuertes y por lo tanto se ve obligada a sentarse a la mesa y dialogar. El regreso de la obediencia y “la línea” a Los Pinos y San Lázaro.
La promesa en un principio pareció encantar a propios y extraños. El índice más representativo de la bolsa alcanzó máximos históricos al principio del año, mientras cada vez más inversionistas extranjeros buscaban en los instrumentos de deudas mexicanos un refugio ante la volatilidad generada por el entorno global.
El panorama era alentador. Al principio del año la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) pronosticó un crecimiento del 3.5 por ciento. A finales del 2012 México acaparaba las portadas de los principales diarios económico-financieros. Incluso una publicación tuvo la gentileza de bautizar al fenómeno como “El Tigre Azteca” o “El Momento de México”.
La agenda se trazó desde un principio. El Pacto por México le ahorraría al PRI la molestia de desgastarse en recintos legislativos, qué mejor que comprometer a los partidos a una agenda “común” y transmitir al mercado que la voluntad política está sentada. La mesa parecería puesta, pero el diablo está en los detalles.
Después de aprobar las reformas…
La luna de miel entre el mercado y el gobierno acabó con la llegada de las primeras cifras negativas. La caída en la inversión en construcción de viviendas, la pérdida de vigor en el crecimiento de la actividad económica, así como la caída en los índices de confianza del consumidor, encendieron “focos rojos” en los inversionistas.
Después de cuatro revisiones a la baja en las estimaciones de crecimiento hasta llegar a 1.3 por ciento según el último pronóstico de la SHCP, la pregunta es ¿qué ha salido mal?
Sería aventurado tachar de incompetente a esta administración, sobre todo a esta altura del partido, o achacarle toda la responsabilidad. Sin embargo el enfoque del ejecutivo parece preocuparse más por sumar voluntades para pasar rápidamente las reformas que en la implementación de las mismas.
La foto, la portada de diario, la opinión pública, todo ello parece más importante que dar seguimiento a un plan de acción.
Es cierto, el destrabar por fin la agenda legislativa es un gran logro, pero el gobierno federal parece ser demasiado flexible en sus ideales, da la impresión que está ocupado en darle gusto a todos y no tanto en plasmar su visión de Estado.
Un presidente reformista al que no le conocemos casi ningún ideal político, se presenta como el artífice del “gran acuerdo”.
Sin embargo parece ser que los únicos que debaten del tema son quienes claman la urgencia de acuerdos en diversas materias y la oposición. El gobierno solo es un interlocutor, un operador político.
El fondo no es importante. Se anuncia con “bombo y platillo” que no habrá IVA a alimentos y medicinas y se le da el mote de “Reforma con carácter social”, pero no se atacan problemas de fondo como incluir a los informales en el “club” de los contribuyentes y sí se le añade una carga a las clases medias.
El gobierno también se hará de recursos en el 2014 con un déficit autorizado del 1.5 por ciento del PIB. El problema no es el déficit, sino que este año vaya a ejercerse de forma adecuada el gasto, ya que en el presente año persiste el subejercicio en diversos rubros del presupuesto.
Un plan certero de implementación parece secundario. Por ejemplo en materia de educación la prioridad fue llegar a un acuerdo en la legislación, además de acompañarlo con la detención de Elba Esther, para demostrar que la cosa es seria.
En lo que no se pensó fue en impulsar algún liderazgo que ayudara a conciliar y a incluir a todos los actores relevantes en el acuerdo.
Al tratarse de reformas estructurales, sería necio buscar resultados inmediatos. El tema no es ver cambios instantáneos, sino monitorear avances, delimitar planes de acción, en fin, hacer viables y evaluables sus metas.
Por supuesto que otros factores ajenos al accionar de gobierno han influido en el débil crecimiento, como el apenas modesto aumento del dinamismo económico global, el complejo panorama económico de Estados Unidos, y como la cereza del pastel, las tormentas Ingrid y Manuel.
Lo que el Ejecutivo no parece entender es que el gran acuerdo no necesariamente lleva a la modernidad. El consenso es tan importante como el fondo.
Reformas como la energética demuestran que se pueden sumar voluntades entorno a una buena iniciativa. Ese debió ser desde el principio el pilar de este gobierno, de lo contrario el cumplimiento de la promesa del sexenio estará incompleta.