Crecimiento mediocre con todo y reforma fiscal

(Fuente: El Norte, septiembre 10, 2007)

Enrique Quintana

La diferencia entre tener la reforma y no tenerla son dos décimas de punto porcentual de crecimiento, según Hacienda.

Si alguien esperaba que la reforma fiscal obrara milagros, se habrá llevado un chasco cuando vio que la diferencia en materia de crecimiento económico para el 2008, con y sin ella, es apenas de dos décimas de punto porcentual.

Esto quiere decir que aun en el mejor de los escenarios, el crecimiento económico sería de 3.7 por ciento para el próximo año.

De hecho, creo que hay una sobreestimación del efecto positivo de la reforma sobre el crecimiento.

La razón es que en el corto plazo lo más probable es que contraiga el gasto privado.

Si las empresas y los consumidores dejan de gastar 115 mil millones de pesos para pagar impuestos adicionales y estos recursos se canalizan al sector público, no habrá ninguna diferencia en el monto global de la demanda sino un traslado de recursos del sector privado al público.

Sin embargo, un peso gastado o invertido por el sector privado y un peso erogado por el gobierno pueden tener efectos diferentes en el mediano plazo. Si el gobierno los invierte en infraestructura y capital humano, probablemente mejoraría la productividad de la economía y se potenciaría el crecimiento a la vuelta del tiempo.

Pero si ese gasto se lo come la operación del propio sector público, los recursos se habrán perdido.

En el caso del sector privado, si el efecto producido es una reducción del volumen de inversiones, entonces el impacto negativo será mayor. Si lo que se produce es una contracción del consumo potencial, entonces es probable que el efecto sea menos.

El argumento con el que Hacienda sustenta que habrá un mayor crecimiento de la economía con la reforma fiscal, es que mejorarán las expectativas de los negocios y además habrá mayor inversión pública.

Es probable que así fuera, pero todo dependería de la forma en que se asumiera la propia reforma fiscal en lo concreto.

Si las empresas perciben una pérdida de competitividad fiscal, entonces no es seguro que haya un mayor crecimiento de la inversión privada, sino incluso al revés.

Las dificultades para anticipar el efecto en años subsiguientes incluso impidieron que Hacienda presentara con precisión cuál podría ser el comportamiento de la economía a partir del 2009 en caso de que hubiera reforma fiscal.

Para poder pensar en un crecimiento que alcance tasas más altas en esta administración, como el propio documento entregado por Hacienda reconoce, hace falta mucho más que la reforma fiscal.

Se requiere lo que no tenemos, es decir, cambios institucionales que permitan crear un mejor ambiente para la inversión privada.

La demanda externa no va a ser el motor de la economía. En el mejor de los escenarios, para los próximos años la producción industrial de Estados Unidos crecerá alrededor de 3 por ciento, es decir, a un paso equiparable al que tenemos hoy.

En esas circunstancias, la única manera de acelerar el crecimiento es mediante un incremento de la productividad y eso se consigue solamente con inversión en infraestructura y en capital humano, las que, por otra parte, tardan tiempo en madurar.

El escenario inercial que reitera Hacienda para los años que restan a esta administración es el de un crecimiento de 3.5 por ciento, que resultaría totalmente insuficiente para asegurar la generación de suficientes empleos bien remunerados.

Aún aceptando -sin conceder- que la reforma fiscal fuera a traer un efecto positivo en la inversión, es poco probable que diera los suficientes recursos para asegurar un crecimiento mayor.

Por el contrario, de acuerdo con las proyecciones de finanzas públicas, apenas serían suficientes para cubrir el déficit que habría de producirse en el curso de los siguientes años.

Así que más vale que no nos engañemos. La reforma fiscal es fundamentalmente una política de carácter preventivo, que apunta a evitar que en los siguientes años vayamos a tener una nueva situación de inestabilidad financiera derivada de la caída de los ingresos petroleros.

 
Un gobierno gastalón
 
La consolidación de las finanzas públicas, integrando las del gobierno y las del sector paraestatal, oculta que el gobierno mexicano opera con números rojos que suman 189 mil 490 millones de pesos por año.

De no existir un superávit en Pemex y CFE, ya hubiera reventado la burbuja de la deuda pública.

El crecimiento de la deuda del Gobierno federal no parece nada recomendable, con un incremento de 220 mil millones de pesos para el 2008.

Ojalá se concrete la parte de la reforma que obligará al gobierno a bajar en 20 por ciento su gasto de operación en los próximos cinco años.

 
Unas finanzas que no aguantan
 
Aunque las previsiones de finanzas públicas para el 2008 no incluyen un déficit aún, el escenario es que resurja en el 2009 y crezca sistemáticamente en los siguientes años
 
enrique.quintana@reforma.com