La trampa de la abundancia
Fuente: Sexenio Nuevo León.
¿Será verdad que nuestro país tiene recursos naturales para tener una economía grande y poderosa? Analicemos juntos si esta supuesta bonanza, que por generaciones nos han vendido, es verdadera. ¿La abundancia alcanza para transformarla en acciones que se perciban en los bolsillos de más de 120 millones mexicanos? ¿Hay para todos?
09 de enero de 2014
Por David Santa Cruz
En México hemos escuchado hasta el hartazgo la frase aquella que somos el cuerno de la abundancia, que nos sobra de todo, que tenemos petróleo, recursos minerales, climas diversos que permiten sembrar una gran cantidad de productos agrícolas, mares productivos y no sé cuánto más. Pero todo esto es una trampa. Digamos que terminan por ponernos los cuernos de la abundancia: pobreza, desigualdad, corrupción y más.
Esta paradoja, donde los países ricos en recursos naturales son al mismo tiempo pobres, tiene un nombre: la maldición de los recursos naturales, que además puede ir acompañada de la enfermedad holandesa: se refiere a cómo el exceso de recursos naturales encarece la moneda y los transportes (entre otras cosas) e impide que se produzcan y exporten otro tipo de productos.
Vayamos por partes.
Dado que la economía está llena de eufemismos y conceptos complejos, hay que definir algunos términos. El primero es commodity. Si lo traducimos del inglés significa mercancía. La definición escolar lo señala como todo bien que es producido en masa por el hombre o del cual existen grandes cantidades disponibles en la naturaleza. Básicamente nos referimos a materias primas. Cultivos como el maíz, la soya, el trigo, cárnicos y y cultivos que no son prioritarios pero de alta venta como el café, el algodón, el azúcar.
La segunda categoría se trata de recursos minerales (metales preciosos o no) o energéticos (petróleo y sus derivados). Sí, todas esas cosas que “abundan” en México.
Esos commodities son sensibles a ley de la oferta y la demanda y su precio se define todos los días. Pongamos por ejemplo al petróleo: si hoy estalla una revolución en Arabia Saudita (principal productor mundial) y dinamitan los oleoductos, el precio del petróleo se va a las nubes. Pero si resulta que en China se descubre el mayor yacimiento de petróleo de la historia, es posible que el precio baje. Más aún, si se descubre una fuente viable para generar electricidad de manera más barata que a partir de petróleo, el precio caerá considerablemente.
NO ESTAMOS SOLOS
El primer punto que debemos contemplar es que no estamos solos. Toda esa supuesta abundancia no es para repartirla entre los 120 millones de mexicanos. Si así fuera viviríamos en autarquía (fronteras cerradas sin comercio al exterior) y tampoco nos serviría de nada: viviríamos en una especie de sociedad rural a menos que hubiésemos sido capaces de un desarrollo industrial y tecnológico tal que nos permitiera sacarle provecho a todo eso.
Pero no es así. México cuenta con una red de 12 Tratados de Libre Comercio con 44 países (TLC’s), 28 Acuerdos para la Promoción y Protección Recíproca de las Inversiones (APPRI’s) y 9 acuerdos de comercio (Acuerdos de Complementación Económica y Acuerdos de Alcance Parcial), todo esto tan solo en el marco de la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI). Ahora pongamos de nueva cuenta el ejemplo del petróleo: dado que México no tiene refinerías dependemos del mundo exterior para que ese petróleo se convierta en combustible y tenga valor. De hecho lo que vendemos los mexicanos es una materia prima sin valor agregado, es decir, que no le hicimos nada al producto para que valiera más, solo lo extrajimos y lo vendimos. Luego lo recompramos procesado. Ahora bien, China, y en menor medida Brasil, India y Rusia, tuvieron crecimientos acelerados a lo largo de las dos últimas décadas, con lo cual produjeron un boom en el precio de las materias primas que estas naciones buscan para continuar su crecimiento económico y desarrollo industrial. Tomemos en cuenta que esos países juntos tienen poco más de la tercera parte de la población mundial. Eso indica que necesitan, entre otras cosas, mucha comida y mucho combustible.
Específicamente en China, la Inversión Extranjera Directa (dinero que el gobierno, empresas o particulares invierten en el extranjero) tiene una política dual en cuanto a sus destinos; en los países desarrollados busca tecnologías y en el resto recursos naturales. América Latina entra en el segundo rubro. De acuerdo con la Conferencia de Naciones Unidas para el Comercio y Desarrollo (UNCTAD), la participación de los commodities en las exportaciones de América del Sur pasó de 66 por ciento en 1995 a 67 por ciento en 2005 y 76 por ciento en 2010. La región tiene una dependencia del 56 por ciento en materia de commodities y una concentración en materia de exportaciones 2.2 veces mayor que la que tienen los países desarrollados. Como punto a favor, en los países en desarrollo que dependen de los commodities la pobreza disminuyó a un ritmo de 1.22 por ciento anual entre 2002 y 2008.
Para algunos estas podrían ser buenas noticias y hasta podríamos poner de ejemplo un caso exitoso que demostraría las tesis de los economistas clásicos y neoclásicos, quienes aseguran que el intercambio comercial siempre beneficiará a sus participantes, pues los beneficiados terminarán por compensar las desigualdades. En otras palabras, si unos cuantos se hacen ricos con lo que exportan podrán generar más empleos y comprar más a los que no y todos felices y contentos.
Dicho caso sería el de Chile, cuyo ingreso per cápita alcanzará para 2013, según las estimaciones, los 20 mil dólares. En términos de paridad de poder de compra esa cifra pondría a Chile a las puertas del club de las naciones desarrolladas. Su éxito se debe a lo constante de su tercera exportación más importante: el oro (mil 634 millones de dólares en 2012), así como al buen desempeño que tuvo el salmón en los últimos años (mil 985 millones de dólares en el mismo año), un producto interesante: si bien no es de primera necesidad y en más de un país se le ve como producto de lujo, ha tenido en los últimos años alzas históricas. Y finalmente al cobre (42 mil 723 millones en el mismo año), que sigue siendo el producto estrella de un país que hace mucho apostó por especializarse y abrir sus fronteras al libre mercado.
Sin embargo la enfermedad holandesa ronda a los chilenos. La apreciación de la moneda y el alto costo de los fletes hacen que otros productos tengan dificultades para ser competitivos, debilitando así la diversificación económica a pesar de ser el país de la región con mayor cantidad de tratados comerciales. Por el momento a todos parece irles bien, aunque pende sobre la cabeza de la economía chilena la espada de Damocles. Ya en una ocasión el FMI les impidió que usaran el fondo de estabilización del cobre instaurado en 1985, según explica Joseph Stiglitz en su libro La maldición de los recursos naturales. Dicha política llevó al recrudecimiento de la crisis chilena en la década de 1990.
¿LO HACEN A PROPÓSITO?
Diversos estudios demuestran que la dependencia sobre las materias primas genera desindustrialización (esto es, abandonar la industria o no generarla para dedicarse a explotar recursos naturales bien pagados). Algunos autores como Andrés López consideran que “la influencia de la desindustrialización per se es significativa estadísticamente, pero su impacto es marginal”, o sea que al final los países no dejan de percibir demasiados ingresos.
En contra partida vale la pena señalar al autor de Patada a la escalera, Joon-Chang, al citar la derogación de las leyes cerealeras en la Inglaterra del siglo XIX. Un acto que “suele verse hoy como la victoria final de la doctrina económica liberal clásica sobre el necio mercantilismo”. El mismo autor sugiere que dicho suceso debe ser observado como “un acto de ‘imperialismo librecambista’”, acto dirigido a bloquear el proceso de industrialización en el continente europeo al aumentar el mercado para los productos agrícolas y las materias primas.
En ese mismo ensayo, Joon-Chang sostiene la tesis de que los países desarrollados lo hicieron no a través del libre comercio, sino protegiendo a la industria interna y subsidiando los productos agrícolas. Así, una vez que subieron le dieron una patada a la escalera del progreso para que nadie más suba.
Supongamos que es posible que no exista esa intención premeditada de someter a los países en desarrollo al papel de proveedores y destinarlos a una pobreza que eliminaría un mercado potencial. Lo cierto es que si hay algo caracteriza a loscommodities, es la volatilidad de sus precios y el crecimiento de la competencia. Esto ha sucedido con el café: entre 2004 y 2005 cayó de 130 dólares el quintal a 40 dólares, tras la entrada con fuerza de Vietnam al mercado, además de haber tenido una “excelente” cosecha en Latinoamérica, que perjudicó a campesinos de Brasil, Colombia, México y Costa Rica, entre otros.
Otro elemento, que poco se considera en los análisis económicos clásicos, es la economía de escala: si compro mis insumos por mayoreo es más barato, así que me conviene más producir mil artículos que 10. Las economías de escala solo se enfocan al estudio de países operando en competencia perfecta.
Así, en el caso de las economías de escala internas, estas tenderán hacia el monopolio y el oligopolio debido a las ventajas competitivas de algunas empresas, cuyo mayor tamaño relativo desplazaran de a poco a otros competidores dentro del mercado, haciéndoles prácticamente imposible competir. Esto lleva a estados de desigualdad en lo micro, aunque en lo macro parezcan países exitosos. Traduciéndolo al español, significa que habrá empresas que tengan mejor tecnología y más dinero para comprar más barato que otras, así que sus productos serán más baratos y llegarán a todos lados, con lo que las pequeñas empresas estarán destinadas a la quiebra.
Un ejemplo de esto es México, donde la competencia es reducida y los duopolios existen en más de un producto.
NO ME DES, PONME DONDE HAY
Si a todo lo anterior le sumamos la existencia de empresas trasnacionales al estilo de Nestlé, Cargill o Monsanto, la teoría que indica que los recursos naturales pueden ser la salvación se va por tierra. Estas grandes empresas poseen ventajas comparativas superiores, sin incluir su poder de soborno y corrupción institucional del tamaño de las petroleras y demás industrias extractivas. Un caso muy presente en México fue el de Walmart y su política de expansión, basada en sobornos cuyo descubrimiento periodístico ganó el Premio Pulitzer.
Esto último resulta una grave amenaza. Los países que viven principalmente de los recursos naturales tienen un menor desarrollo cívico y político entre los ciudadanos. Al no ver comprometidos sus ingresos vía impuestos e incluso recibir “dádivas” de los gobiernos, muy al estilo de México y Venezuela con el tema petrolero, los ciudadanos dejarán de exigir cuentas a los gobiernos sobre el dinero que ingresa. Los malos manejos del presupuesto público aumentan, e incluso aumenta la tentación de adquirir préstamos a futuro sobre los posibles recursos, lo que genera un sobre-endeudamiento que al caer los precios de los recursos, recrudecerá cualquier crisis económica. Esto sucedió en la década de 1980 con el fin del llamado Milagro Económico Mexicano.
Pero no todo en el panorama es negativo. Para paliar sus efectos, los economistas aconsejan que se debe diversificar la economía, invertir en investigación y desarrollo, además de educación, así como en la creación de infraestructura básica (más allá de las obras fastuosas que poco ayudan a mejorar las condiciones de la sociedad), cuya falta pueden llevar a estallidos sociales como los vistos en Chile y Brasil durante este 2013.
Las sugerencias de muchos expertos van por apreciar la moneda, crear fondos anti cíclicos, invertir las ganancias en el exterior en lugar de cambiarlas a moneda local, así como crear impuestos generalizados (que todos paguen) y subsidios focalizados (darles a quienes en verdad lo necesitan), entre otras medidas.