Divergencia
Fernando Turner
En los últimos 20 años nuestro nivel de vida se ha separado del de los países desarrollados. Asombra la creciente diferencia entre la prosperidad norteamericana y nuestra realidad. A unos metros, el choque es doloroso, no obstante que la frontera es nuestra región de mayor crecimiento. Comparar el desarrollo de San Antonio con el de Monterrey o Guadalajara produce el mismo efecto. Cada vez nos parecemos menos a los países avanzados y más a los atrasados. Esta tendencia es intolerable y urgente su reversión.
Cada uno tenemos una explicación diferente para esta divergencia: escasa educación, dedicación o disciplina; la historia, cultura o religión; los gringos, el sistema político u otra que nuestra intuición indique. Muchas llevan a concluir que estamos condenados al subdesarrollo, la pobreza y la desigualdad. Ninguna explica nuestro logro, sostenido durante décadas, de los más altos crecimientos a nivel mundial junto con Japón y Brasil y por qué el crecimiento se desaceleró en los 80. Tampoco que otros países con mayores lacras y menores recursos se hayan desarrollado más rápidamente. Corea y Taiwán tenían un ingreso por habitante inferior al nuestro y ahora nos superan varias veces. China e India, con más impedimentos, tienen décadas creciendo vigorosamente y pronto se convertirán en las economías más grandes del planeta.
También son variadas las explicaciones a ese acelerado desarrollo: que China es una dictadura, olvidando que la India es la mayor democracia mundial. Que India tiene una educación excelente en ingeniería, desconociendo que México tiene más estudiantes de ingeniería per cápita que Estados Unidos, pero los graduados no encuentran trabajo. Que China no tiene problemas políticos, cuando el año pasado (2005) tuvieron 85 mil manifestaciones de protesta.
Tampoco se considera que tenemos ingresos masivos de divisas por petróleo y remesas; privilegiada geografía, población joven, libertad y estabilidad políticas -porque a pesar de todo no hay rompimiento institucional- y otros muchos activos.
Se omite lo obvio. No crecemos por mala administración e inadecuado manejo. Por malas políticas. Las explicaciones populares permiten el ejercicio del poder público con irresponsabilidad ante los fracasos. Se exonera a los responsables que nos piden ansiosamente el poder para ejercerlo ineficazmente, siempre justificándose. Ofrecemos la coartada a los que dirigen la economía imponiendo políticas que premian la burocracia privilegiando el ingreso del gobierno sobre el particular. Políticas que aumentan trámites, requisitos y papeleo; que protegen monopolios.
Esto tiene solución rápida si nos proponemos dejar las ideas viejas y probar las que funcionan en los países exitosos. Si abandonamos dogmas y actuamos con sentido práctico y con la urgencia obligada ante la pobreza y desigualdad lacerantes. Si nos olvidamos de recetas teóricas y escuchamos a los emprendedores que reclaman menores costos de energía, infraestructura competitiva, control de los monopolios. Si evitamos un tipo de cambio sobrevaluado por las exportaciones de recursos naturales y complementamos la política monetaria con medidas reales promotoras de eficiencia.
No es necesario perder años construyendo alianzas políticas para legislar reformas estructurales. Lo urgente es dejar lo trillado y priorizar lo importante según los que invierten y arriesgan, iniciando un círculo virtuoso de mayor inversión, mejores políticas, más eficiencia, más empleo y más desarrollo.
Eso es lo nuevo en desarrollo económico. Lo que, ojalá pronto, México aprenderá. Cuando lo haga, liberaremos la iniciativa y creatividad particulares ahora contenidas. Incrementaremos la inversión, la productividad y el empleo. Aumentará la base gravable y el Estado tendrá ingresos sanos de una sociedad prosperando, con lo que podrá invertir más gastando menos y empezaremos la convergencia con los desarrollados.
Originalmente publicado en El Norte, el 30 Agosto de 2006