La narrativa verdeamarela – Juan E. Pardinas
3 Oct. 10
Las cosas no siempre son lo que parecen. Las cifras de violencia en América Latina son un ejemplo contundente del divorcio entre la percepción y la realidad. Si uno atiende las primeras planas de la prensa internacional, parecería que México es uno de los países más violentos del Continente. Sin embargo, las cifras duras nos indican otra cosa.
En el 2008, de acuerdo con datos del Inegi, hubo 14 mil 6 muertes por agresión en el País. Lo cual nos da cerca de 13 asesinatos por cada 100 mil habitantes. Esta cifra empalidece ante los más de 70 homicidios por cada 100 mil habitantes que tiene Venezuela. Colombia ronda los 32. Parece absurdo, pero México es uno de los países menos peligrosos de América Latina.
Brasil es el caso más paradójico. Su tasa de homicidios es casi el doble de los índices mexicanos, pero ellos aparecen en la primera plana de finanzas y nosotros ocupamos la nota roja de la sección internacional. ¿Por qué este tratamiento diferenciado?
El Presidente Felipe Calderón ha externado con frecuencia una hipótesis para responder a esta pregunta: "Jamás he oído a un brasileño hablar mal de Brasil, ya no digamos hacer una película que hable mal de Brasil".
Me tranquiliza que el Presidente de México no sea un experto en cine brasileño. Seguramente las ocupaciones de gobierno y los quehaceres de Estado le han impedido ver largometrajes como Ciudad de Dios (2002), Tropa de Élite (2007) y Ciudad de hombres (2008). En estas películas, dirigidas por cineastas brasileños, la ciudad de Río de Janeiro aparece como un campo de batalla entre la violencia de los narcos y la brutalidad de los policías.
Creo que Brasil se ha convertido en el país más sexy de América Latina, no por la ausencia de autocrítica, sino por haber demostrado que una democracia joven es capaz de construir acuerdos. Mientras la clase política mexicana no puede organizar la kermesse de un kínder, los políticos brasileños han demostrado ser buenos arquitectos de puentes y consensos. El gobierno socialista de Lula ha dado muestras de más pragmatismo económico que de dogmatismo ideológico.
El mejor ejemplo de pragmatismo socialista ocurrió esta semana cuando Petrobras, la empresa brasileña de energía, realizó la oferta más grande de acciones en la historia del capitalismo. Nunca antes, en ningún país del mundo, una empresa había logrado cosechar tanto dinero de los mercados de valores.
La compañía de hidrocarburos recaudó 70 mil millones de dólares en una sola operación de venta de acciones. La cifra equivale a más de tres años de Inversión Extranjera Directa en México. Este dinero permitirá a Petrobras invertir en el desarrollo y explotación de nuevos yacimientos de hidrocarburos.
Mientras nosotros discutimos la posibilidad inminente de importar hidrocarburos, los brasileños hablan de convertirse en una nueva Arabia Saudita. Antes de esta operación financiera, el 40 por ciento de las acciones de Petrobras estaba en poder del gobierno brasileño y el 60 por ciento en manos de capitales privados. Hoy Brasil tiene más dinero para invertir en educación, salud y combate a la pobreza, gracias a la inversión privada en la empresa nacional de energía.
Brasil es un país más violento que México. Sin embargo, ellos han logrado construir una historia de logros y esperanza. Esa narrativa está basada en hechos y cifras, no en discursos y porras. México tiene el reto de forjar una narrativa de éxito que convenza a propios y ajenos. Tenemos que transitar del país donde no pasa nada (bueno), a ser la nación donde ocurren acuerdos, reformas y oportunidades de negocios.
El principal lastre al desarrollo de nuestro país no son los cárteles del crimen organizado. El mayor obstáculo que tenemos enfrente es la mediocre autocomplacencia de nuestros cárteles políticos. Mientras el Gobierno y la oposición no logren avanzar reformas sustantivas, "El Chapo" Guzmán y los Zetas serán los actores centrales de la narrativa nacional.