Contrarrevoluciones

Javier Livas
18 Sep. 10

El trauma de la "revolución" mexicana sigue afectando, 100 años después. Generó una aversión a los liderazgos fuertes, como el de Pancho Villa, Carranza u Obregón, quienes no se tocaron el corazón para fusilar "enemigos". El miedo a tener líderes fuertes está en proporción al trauma. Entre balas, enfermedades y hambrunas hubo un millón de mexicanos muertos.

Ahora prevalece la mediocridad, o debería decir miedo-cridad. No hay estrellas de la política, a no ser las falsas creadas en las pantallas de televisión. Es el costo que seguimos pagando por una supuesta "revolución" que nos dio una Constitución inaplicable, saturada de demagogia.

Considero un error llamarle "revolución" al movimiento armado de hace 100 años. La causa directa fue una contrarrevolución.

Nadie puede negar que "la bola" o "refolufa" se armó después de 30 años de crecimiento y modernización bajo el Gobierno de don Porfirio Díaz y su gabinete de "científicos". México abrazó de lleno la revolución industrial.

Estoy hablando de la invención de máquinas de metal para producción en serie y máquinas de vapor, entre las cuales sobresale el ferrocarril. Díaz apostó fuerte a la revolución industrial y dejó instalada la mayoría de las vías de ferrocarril que existen actualmente. Hace 100 años, el Peso oro mexicano valía más que el dólar.

Sin embargo, la revolución industrial tuvo un efecto devastador sobre la gente del campo. La razón es sencilla: las haciendas se hicieron mucho más eficientes y crecieron en tamaño y en número. Las comunidades agrícolas sufrieron una doble derrota: las haciendas engulleron las tierras comunitarias y miles de campesinos desposeídos generaron una sobreoferta de mano de obra. Resultado: tiendas de raya y trabajo esclavizante; o pauperización.

El ferrocarril y el buque de vapor servían para importar máquinas de Estados Unidos y Europa. Para nivelar la balanza de pagos estaba la producción de las haciendas, con cualquier cosa exportable, como algodón. Las haciendas se hacían más grandes y más eficientes. Los productores comunitarios desorganizados cada vez más pobres.

Es por ello que el grito de Zapata en Morelos fue "¡Tierra y Libertad!". En estricto sentido era una contrarrevolución. El Presidente Cárdenas fue "contrarrevolucionario" cuando repartió las tierras de las grandes haciendas. La eficiencia del País dio un paso gigantesco hacia atrás, del cual no hemos podido recuperarnos. La cadena de errores ha seguido.

El PRI, seudoheredero de la "revolución" mexicana, en vez de gobernar para crear un pastel más grande y repartible, prefirió utilizar electoralmente a los pobres que generó durante 70 años, en lugar de educarlos y capacitarlos. Los campesinos remanentes se quedaron rezagados y cuando llegó la revolución cibernética cometieron el mismo error de nuevo. Esta vez, las fábricas automatizadas desplazaron obreros. La respuesta del PRI: agrandar la burocracia para crear empleos y muchas paraestatales… y fortalecer su clientela electoral.

En la era digital, las grandes burocracias de origen priista que se enquistaron en el Gobierno y empresas estatales son el gran estorbo para el progreso. Para muestra, los partidos políticos, López Obrador incluido.

Nadie en una posición política de importancia da muestras de haber entendido cabalmente que la nueva revolución tecnológica es la única que nos puede salvar de la descomposición acelerada que estamos sufriendo. Podemos reorganizar el campo, la educación, la salud, la política, la seguridad, etcétera.

A diferencia de la tierra, agua y energía, las frecuencias de radio, televisión y banda ancha de internet son una riqueza inagotable. Sin embargo, nuestros políticos se resisten a empoderar al individuo y se prestan para mantener los monopolios privados y públicos. A nuestros políticos les encantan las gentes idiotizadas por la televisión, sometidas por los partidos, dependientes de un sueldo o sobreexplotadas por las tarifas del celular. El que quiere cambio, mejor se cambia de país.

Hemos sufrido ya tres contrarrevoluciones que se distinguen porque la clase política nunca ha sabido cómo y dónde preparar gente para ganar productividad. Finalmente son unos pocos, apoyados por millones de burócratas improductivos, los que siguen impidiendo que México desarrolle su potencial.

 
javierlivas@mac.com

Extraído de El Norte