El profeta Zaid
(Fuente: El Norte, enero 27 2009)
Miguel B. Treviño de Hoyos
¿Qué es lo que hace a Gabriel Zaid un indispensable entre los intelectuales mexicanos?
Primero, su capacidad profética, su capacidad de anticipar los problemas que no queremos ver e insistir en ellos en medio del desierto. También lo distingue su vocación por lo específico, sus temas no son los etéreos "grandes problemas nacionales", sino el engranaje específico, el que sí se puede arreglar. Igualmente lo colocan aparte su disposición a correr el riesgo de proponer; no "la reforma del Estado", sino acciones concretas y originales de política pública.
Sus 75 años recientemente cumplidos son buen pretexto para recuperar algunas de sus ideas y advertencias. Es también ocasión de resaltar la vida y obra del escritor que pone su inteligencia al servicio del prójimo; del intelectual preocupado por generar conversaciones a partir de las cuales se pueda construir.
Ahora mismo, ante la crisis económica global, viene al caso recordar una advertencia que hoy puede sonar a lugar común, pero no lo era hace 30 años: la improductividad del gigantismo. Cuando la IBM, las grandes armadoras de automóviles y los bancos multinacionales eran las compañías admiradas, las que había que emular, las que el fomento gubernamental quería replicar para México, Zaid ya advertía sobre el sinsentido de la apuesta.
En "El Progreso Improductivo" y en otros artículos Zaid planteaba desde los años 70 la necesidad de un desarrollo económico que no dependiera del crecimiento de las grandes empresas que producían poco -empleos, innovación, riqueza- y absorbían muchos recursos.
El Estado más bien tendría que haberse volcado desde entonces a la menos glamorosa labor de facilitar el surgimiento de miles de pequeñas y microempresas que, con inversiones pequeñas, fueran más rentables en generación de empleos, de nuevos centros urbanos, de innovación y finalmente de oportunidades para abatir la pobreza.
La industria editorial, el libro y la lectura son preocupaciones que no han abandonado a Zaid desde su tesis para graduarse de Ingeniero Mecánico Administrador del Tecnológico de Monterrey en 1955. Este problema en cadena, que va de la producción y distribución de libros, a la promoción de lectura, no ha merecido más que esfuerzos muy aislados. Sexenio tras sexenio ha sido tomado como un problema menor.
Hoy algunos empiezan a escuchar a la OCDE que, apoyada en la prueba PISA, viene a decirnos lo que debimos haber intuido hace mucho: que el rezago de nuestro país en comprensión de lectura es para encender todos los focos rojos. Estamos tirando por la alcantarilla nuestro bono demográfico porque esa parte de la pirámide poblacional que hoy entra al mundo laboral tiene habilidades de lectura por debajo de lo elemental.
Una alerta más, tan oportuna como ignorada, fue la falsa promesa de los tecnócratas en el poder. "De los Libros al Poder", publicado oportunamente a finales de los 80, explicaba los costos de dejar las riendas del País a la oligarquía de doctorados en el extranjero con excesiva confianza en la especialización y poco interesados en conectar el saber teórico con el saber práctico. Seguimos pagando los costos del dogmatismo.
En un asunto crucial como el de la corrupción, Zaid deja atrás la tradición de abordar el tema como maldición milenaria, como problema cultural, como lo inevitable. Para Zaid es un tema que exige números; abordarse desde una perspectiva económica; y meterle ingeniería para empezar a ensayar soluciones concretas para las diferentes variantes de este mal. Mucho antes de que la transparencia se volviera moda a partir del 2000, Zaid ya había abordado la necesidad de crear mecanismos de escrutinio ciudadano, de rendición de cuentas.
En un país predominantemente católico, y siéndolo él mismo, no podía sacarle la vuelta al tema. En un artículo publicado en Vuelta, "Muerte y Resurrección de la Cultura Católica", Zaid hace la crítica de un catolicismo que no se renueva, que se interesa poco en el arte, la ciencia y la cultura en general, para ofrecer una visión esperanzadora de cómo "de la modernidad poscristiana puede surgir un cristianismo posmoderno".
La obra y la vida de Zaid ponen de manifiesto que hay vida intelectual al margen de la farándula.
Ahora que cumple 75 años le deseo pocos homenajes y abundante deliberación en torno a los temas que le han preocupado y nos debieran ocupar a los mexicanos.